👉 👩🏻‍💼💁🏻‍♀️🧛🏽‍♀️ Cuando la Mujer Acepta ser Secundaria», «Despertar del Silencio

EDITORIAL LZO

Hoy, Día Internacional de la Mujer, es un momento para celebrar los avances en la lucha por la igualdad, pero también para reflexionar sobre las cadenas invisibles que aún atan a las mujeres, muchas de las cuales ellas mismas perpetúan sin darse cuenta. La verdadera emancipación femenina no solo requiere desmantelar estructuras externas de opresión, sino también un cambio profundo en la conciencia de las propias mujeres sobre los símbolos y prácticas que las subordinan.

Uno de esos símbolos es el apellido. Que una mujer adopte automáticamente el apellido de su esposo al casarse no es un gesto inocuo de tradición; es un vestigio de dominación patriarcal que borra su identidad original y la subsume bajo la del hombre. Aunque algunas lo vean como una elección personal, su arraigo cultural refleja una historia de propiedad masculina sobre la mujer. Romper con esta norma no es solo un acto administrativo, sino un paso hacia la autonomía.

En el ámbito político, las cuotas de género siguen siendo una necesidad urgente. No se trata de un favor, sino de una corrección histórica a siglos de exclusión. Sin ellas, el acceso de las mujeres al poder sigue dependiendo de la buena voluntad de sistemas diseñados por y para hombres. Las cuotas no son una meta final, sino un medio para equilibrar la balanza y garantizar que las voces femeninas no sean un eco secundario en las decisiones que afectan a todos.

La figura de la «primera dama» es otro ejemplo de cómo las estructuras relegan a la mujer a un rol decorativo. Ser la esposa del presidente no debería definir a una mujer ni limitarla a funciones protocolarias. Este título, lejos de empoderar, la convierte en un apéndice del hombre en el poder, eclipsando su potencial como individuo con capacidades propias. Es hora de cuestionar por qué no se espera lo mismo de los esposos de mujeres líderes: no hay «primer caballero» porque el patriarcado no concibe al hombre como accesorio.

La música, un reflejo poderoso de la cultura, también debe ser examinada. Canciones que denigran a las mujeres, que las reducen a objetos o las humillan, no pueden seguir siendo toleradas bajo la excusa de la libertad artística. Pero la responsabilidad no recae solo en los creadores: las mujeres que consumen y celebran estas letras contribuyen, sin saberlo, a su propia degradación. El machismo no es solo cosa de hombres; se reproduce cuando las mujeres aceptan que el hombre mande, cuando prefieren que sea él quien provea, perpetuando la idea de que su valor depende de su relación con ellos.

Sin embargo, en el mundo moderno surge otro fenómeno preocupante: un segmento femenino que aboga por invertir los roles de dominación, usando a los hombres como herramientas, exprimiéndolos emocional y económicamente. Esta no es la igualdad, sino una venganza disfrazada que no libera a nadie. Mientras tanto, en los medios alternativos —redes sociales, plataformas digitales— proliferan mujeres con cuerpos ficticios, lenguas desbocadas y groseras, que se agreden entre ellas y convierten los escenarios públicos en un circo de chismes. Lejos de empoderar, esta caricatura del feminismo refuerza estereotipos y desvía la atención de las luchas reales.

El 8 de marzo no es solo un día de flores y discursos vacíos. Es un llamado a que las mujeres despierten a las trampas de un sistema que las ha condicionado a aceptar su propia subordinación, incluso cuando creen estar eligiéndola. La liberación no vendrá solo de cambiar leyes o derribar techos de cristal; empieza cuando cada mujer entienda que sus derechos están atrapados en costumbres que parecen inofensivas, pero no lo son. Solo entonces, el Día de la Mujer será una verdadera celebración de libertad, y no un recordatorio de cuánto falta por hacer.

creado por Multimedios LZO, La Agencia de Prensa

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