Por Roberto Veras,
En el oscuro juego de la política en SDE, donde las promesas son moneda corriente y la confianza del electorado es la mayor apuesta, el fraude electoral emerge como una afrenta inaceptable.
Cuando este fraude se dirige hacia un candidato, como ocurrió en el caso del Partido Revolucionario Moderno (PRM) y su postulante Dio Astacio, no solo socava la integridad del proceso democrático, sino que deja cicatrices profundas en la memoria de los votantes.
El candidato Astacio, representante del PRM, ha sido testigo de cómo su compañero de partido, Manuel Jiménez, fue víctima de un fraude que ha resonado tanto dentro como fuera de su partido.
Este acto condenable no solo arroja sombras sobre la legitimidad del proceso electoral, sino que también amenaza con desdibujar la confianza depositada por los ciudadanos en la política como un instrumento de cambio y mejora.
La crítica, tanto interna como externa, ha sido feroz. El fraude no solo daña la reputación del partido, sino que proyecta una imagen de desconfianza hacia cualquier aspirante que se alinee con sus filas.
La sombra del cuestionamiento ético persiste sobre Astacio, afectando su capacidad para conectar con los votantes y ganarse su respaldo, es tanto así que su candidatura no arranca ni prende.
Apenas dos meses y medio antes de las elecciones municipales, el candidato Astacio se enfrenta a un desafío colosal. No solo debe lidiar con la maquinaria política que busca socavar su credibilidad, sino también con la difícil tarea de restaurar la fe de los votantes en el sistema democrático.
¿Cómo puede un candidato avanzar cuando su propia plataforma se ve sacudida por las artimañas de quienes buscan ganar a cualquier precio? Y sin que les importe lo que piensan los demás.
La reversibilidad de esta mancha en la memoria de los votantes es incierta. La confianza, una vez traicionada, es una llama difícil de avivar nuevamente. Sin embargo, la transparencia, la rendición de cuentas y una postura ética firme podrían ser los primeros pasos hacia la recuperación.
Astacio tiene la responsabilidad de no solo deslindarse de las acciones fraudulentas, sino de tomar medidas concretas para prevenir futuros episodios de esta naturaleza.
En última instancia, el precio del fraude va más allá de las consecuencias políticas inmediatas. Si bien puede ser reversible en términos de resultados electorales, la desconfianza sembrada persistirá en la memoria colectiva de los votantes.
La lección para la democracia es clara: la integridad es un pilar fundamental, y la mancha del fraude es una herida que solo la transparencia y la honestidad pueden comenzar a sanar.