El profesor, entre enseñanzas y charlatanes o si acaso, malos alumnos

Aprovechando el homenaje que la Cámara de Diputados le hace al profesor de periodistas Robert Vargas, algunos apuntes y anécdotas, quien sabe, sean menester.

Hace poco tiempo, en el evento del lanzamiento del libro de Julio Cesar Valentín sobre movimientos sociales, un «alumno» mío, en el área de informática, me dijo: le agradezco a usted lo que soy hoy, muchas gracias profesor» y con orgullo, casi reventando, me sentí complacido.

A Robert Vargas también le gustaba enseñar.

En medio de la campaña pasada, en un evento, su cámara y la mía, que incluso, se parecen, él usaba una handycam como la mía, no gustó nunca de celulares, se acercó a la mía y me dijo: «mira, se encuadra así» y ahí mismo impartió su primera lección.

Robert Vargas compartía conmigo su pensamiento de izquierdas, a veces, ambos, radical, (al menos en teoría), y se buscaba líos, como a veces me ocurre a mí, en temas que son «políticamente incorrectos» de tratar como escándalos en entidades que deberían ser las primeras en respetar.

Es claro, sobre todo al final de «sus» tiempos, que las líneas editoriales se fueron separando entre las diferentes prensas e incluso, en algunos tópicos, resultaron opuestas, porque posiblemente todos cambiarnos la visión de la realidad y el comportamiento ante ella, pero siempre quedó el respeto y las ganas de cada quien dar lo que sabe hacer.

Robert tenía su propia visión de cuál era su rol, que aunque muchas veces no la compartía, desde lo periodístico, sí, sabía, perfectamente, que el poder de la prensa no está ni puede estar atado a políticos y me fustigó duramente cuando escuchó en una red pedir por cuarta vez, entrevistar a un aspirante a alcalde de la «época», casi obligándome a repetir, junto a él, que «somos el cuarto poder» y quien pide, no termina siendo respetado.

De los profesores, como de un libro de filosofía, se toma lo mejor y gracias a las propias leyes del marxismo (ley de la negación de la negación), por ejemplo, nos obligamos a asumir enseñanzas y, dado precisamente la independencia de vidas y como prensa, de línea editorial, dejar a un lado lo que se concluya que no debe ser parte del proyecto emprendido.

Ahora, fallecido, algunos se rinden a los políticos y les sirven de «condón» mediático, cosa que nunca hizo Robert e incluso, me enseñó a no serlo y cometen, en un acto de charlatanería, osar de llamarle profesor.

Ser «cuarto poder» se gana solo con respeto.

La vida tiene sus etapas. De cada profesor, tomar lo mejor y continuar un camino propio es lo que anima, pero teniendo siempre en cuenta que el lacayismo, la sumisión, el arribismo y las actitudes miserables o serviles, no deben ser parte del comportamiento ético que debe tener un periodista o dueño de medio.

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