Los amigos de los funcionarios

Danilo Cruz Pichardo

Tenía varios años retirado de la actividad política partidaria, pues no hallaba razones que me motivaran a identificarme con ninguno de los líderes dominicanos, pues casi todos asumen posturas conservadoras, creen en las cúpulas del empresariado y de la iglesia católica (el cardenal, Agripino…) y ninguno se solidariza con los intereses del pueblo y las causas nobles de la sociedad.

Con la desaparición física de Bosch y de Peña Gómez ningún político ha optado por emular su pensamiento de centro izquierda, un ideario dirigido a enfrentar las desigualdades sociales, los grandes males, las injusticias, el despojo del derecho ciudadano y el engaño practicado desde el poder hacia los segmentos empobrecidos, de menor escolaridad y, por consiguiente, de menor conciencia.

El único que eleva su voz —con sus luchas y sus protestas, porque es un gladiador— es Manuel Jiménez, alcalde electo por el municipio Santo Domingo Este. A ningún otro líder lo he visto en Loma Miranda, en el Parque del Este, al lado de los Peregrinos del Seibo y en otros hechos y eventos en los que el poder gubernamental comete abusos y persigue afectar el interés nacional. Es un hombre, además, que cree en las luchas sociales cuando las circunstancias así lo demandan y me adhiero a ese tipo de conducta, porque los derechos no se mendigan, se reclaman.

Es un aspecto positivo, pero agréguele que es un hombre moralmente intachable. Conozco muy bien la conducta política de los líderes del PLD y si Manuel Jiménez tuviera alguna cola, hace tiempo que se la hubiesen sacado a flote. Sus adversarios no han podido encontrarle nada en el ámbito artístico (donde goza de reputación universal) ni en el ejercicio de la actividad política, donde también dejó un legado significativo en su paso por el Congreso Nacional.

Su buena reputación, su imagen favorable, no es producto de los expertos del marketing político ni de los publicistas, es el resultado de su acrisolada conducta pública. Esas prendas éticas me motivaron a apoyarlo, hace diez meses, como candidato a alcalde. Parece que mis razones fueron válidas, porque un astronómico 59.83 por ciento que votó por él tuvo la misma visión.

El compositor y político asumirá sus funciones el venidero día 24, pero tiene que tener mucho cuidado con los falsos aliados, aquellos que se sumaron en la recta final o los que llegaron después del triunfo, que dan like, comentan positivamente, reproducen y comparten todo lo que el alcalde electo hace o escribe. Dan me gusta hasta a los gestos y a los ademanes del que será en los próximos días el nuevo incumbente del Ayuntamiento Santo Domingo Este. Los funcionarios conocen a sus verdaderos amigos cuando salen del poder, nunca en el poder. El funcionario que valora como positivo las actitudes de los lambones y de los adulones se está autoengañando, pues esos serían los primeros en abandonarlo una vez salga del cargo.

El suscrito fue peñagomista hasta la muerte de ese líder político. Pero fui peñagomista por convicción, no por otra razón. Nunca le aprobé todo. Una vez fui a visitarlo a su casa y lo encontré escribiendo un discurso a maquinilla para contestarle a Vincho Castillo. Hablo del año 1992. Me permitió leer el texto y le dije: “Doctor no pierda su tiempo con un hombre que apenas sacó tres mil y pico de votos, un fabulador y que Balaguer lo utiliza como fuerza de choque en contra suya. Se quedó pensativo y me dijo: “Tienes razón, tienes razón”.

Pero no fue la única vez que me atreví a disentir del doctor Peña Gómez, aunque siempre con mucho respeto, y algunas de mis observaciones las consideró tan válidas que me recomendó, en una sesión de la Comisión Política del PRD, celebrada en marzo de 1998, a formar parte del equipo de estrategia de esa entidad política. “Te felicito, Peña acaba de designarte miembro del equipo de estrategia”, me comentó en los pasillos del local de la avenida Bolívar el difunto Aridio de León. Peña, sin embargo, murió el 10 de mayo de ese año y creánme: En esos dos meses nunca me invitaron a una reunión, porque en política hay zancadillas y celos.

¿Celos? Sí, mucho celo. Recuerdo que para el año 1993 el suscrito todavía era director de la Escuela de Comunicación Social de la UASD, cargo que compartía con las actividades del PRD, de cuya organización fui miembro del Comité Ejecutivo Nacional y simultáneamente del Equipo de Prensa. En una reunión del Equipo de Prensa el líder político participó y me hizo entrega del Programa de Gobierno para las elecciones de 1994, con la finalidad de que haga la revisión estilística correspondiente, y ahí hubo gente que quedó sorprendida y en lo adelante observé, incluso, un cambio de conducta hacia un servidor.

Agradezco mucho el respeto que el doctor Peña Gómez siempre me dispensó. Quizás obedece a mi lealtad política a su persona, a que nunca le pedí nada, a que sabía disentir, aunque con mucha altura, cuando no estaba de acuerdo con algo. Y Manuel Jiménez, aunque no tenga la oratoria de Peña Gómez, es tan inteligente como el extinto líder, con la diferencia de que es mucho más equilibrado que Peña Gómez.

Manuel Jiménez aspira a convertir a Santo Domingo Este en una verdadera ciudad. Yo le creo. Pero tiene que hacerse acompañar de un equipo de hombres honorables. Y sobre todo tiene que saber distinguir al amigo sincero y leal del adulón. El adulón no es amigo de nadie y es perverso por naturaleza.

danilocruzpichardo@gmail.com

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