Por Jhonatan Liriano
Santo Domingo Este es o debe ser el municipio políticamente más complejo de toda República Dominicana. Es el más poblado (1 millón 161 mil habitantes según la ONE).
Registra un crecimiento demográfico acelerado y constante , en el marco de una amplia diversidad de orígenes y poca identidad cultural compartida.
El municipio ha crecido fuera de toda lógica de planificación, a tal punto que los espacios de encuentro de la gente son pocos (fácilmente alguien que viva en una circunscripción nunca coincida en un mismo punto con residentes de las otras dos circunscripciones). Cada zona es como una isla en sí misma. De la falta de planificación urbanística de sus orígenes se desprende el acumulado histórico de servicios no prestados.
A esta complejidad material se suma la demográfica y política. Por muchos años Santo Domingo Este ha sido una ciudad dormitorio del Distrito Nacional, con bolsones de clase media rodeados de amplios sectores empobrecidos.
Al 2020 el municipio tenía un registro de 715 mil 174 votantes, el más amplio de todo el país después del Distrito Nacional. Los votantes de Santo Domingo Este representan el 10% de los votos de los 158 municipios existentes.
Diferentes factores provocan la ausencia de un sector privado fuerte, cohesionado y capaz de impulsar proyectos estratégicos de desarrollo económico y político local.
su nacimiento, el 16 de octubre del 2001, Santo Domingo Este ha estado marcado por factores externos y por el desempeño de su clase política (expresión exacta de la política hegemónica de República Dominicana).
Es en este contexto que Manuel Jiménez llega a dirigir el Ayuntamiento, después de competir en el 2016 (era el favorito en todas las encuestas), y de vencer de manera abrumadora, democrática y transparente a los más fuertes aspirantes opositores y a la poderosa maquinaria oficialista del PLD en el poder.
Manuel ganó con 140,418 votos (el 59.83%), casi duplicando a sus poderosos adversarios. Todo un fenómeno, porque además ganó sin hacer uso de la tradición de comprar votos, trampa o entregarse a los intereses del narcotráfico o los negocios irregulares que tanto abundan en el municipio y el país.
Todo lo contrario, según explicaban en campaña importantes dirigentes políticos del municipio, el problema principal de Manuel Jiménez habría sido su negativa a recibir dinero de los sectores que dirigían los sucios negocios de la ciudad. Por esa razón, calculaban, era casi imposible que llegara a ocupar el despacho de la cuarta planta del Palacio Municipal.
El mismo cálculo hacían otros jóvenes dirigentes políticos del municipio cuando, antes de la entrada de Jiménez al PRM, proponían abandonar al cantautor por su supuesta incapacidad de ganar las primarias a quienes dirigían las estructuras del partido. Era lógico el cálculo, pero desacertado, pues dejaba fuera un conjunto de variables importantes de la política, incluida la que tiene más sentido, aquella de seguir proyectos por sus contenidos y significados, no solo por los beneficios individuales que puedan redituar.
Manuel Jiménez llegó al Ayuntamiento después del desastre profundo que significó la última gestión del PLD, y de los drásticos efectos económicos, presupuestarios y sociales del Covid 19 en el municipio más poblado del país. Además, por su decisión de crear soluciones serias y definitivas a problemas históricos del municipio, el alcalde ha tenido que chocar con los intereses de quienes se creían con derecho a despojar a la ciudad de sus recursos con toda libertad.
“Manuel no cede”, dicen algunos, tratando de dar giros poéticos a un reclamo que no tiene nada que ver con buena gerencia ni con poesía.
A esto se agrega la arraigada cultura política de pasar factura electoral antes que colaboración para resolver los problemas de la gente, y la convicción surrealista de quienes se asumen más capaces sin presentar una sola carta credencial verificable.
El escenario es inédito y desafiante. En la opinión pública los variopintos adversarios han avanzado , golpeando al unísono la imagen del alcalde con fines de cosechar en 2024. Pero todos sabemos que la opinión pública no es un lugar definitivo, sino un espacio en disputa permanente. Lo que no se puede modificar, y ahí está el fallo de algunos cálculos, es el carácter, ni la voluntad, ni los lazos más sólidos de quien lleva más de treinta años haciendo política en el municipio más grande y complejo del país, y, para colmo, es famoso por su extraordinaria capacidad de trabajar enfocado y sin hacer ruido. Esa realidad última es la base del fenómeno político que hoy gobierna a Santo Domingo Este y será el aspecto decisorio del escenario electoral del municipio en los próximos años.
Veremos.