Las justificaciones del Alcalde y sus «defensores», junto con un video de los empleados colocando la Biblia «perdida» del Monumento al Libro Sagrado, no logran apaciguar el cuestionamiento público. Este se agrava cuando, en el guion de la defensa, no solo intentaron exponer a uno de los «denunciantes», Fernando Buitrago, como difamador, sino que incluso insinuaron por qué no estaba preso, a pesar de que él no hizo acusaciones específicas contra nadie.
Es completamente inverosímil, para cualquiera con un mínimo de sentido común, creer que la Biblia se quitó dizque para darle mantenimiento, cuando cualquier limpieza podría haberse realizado in situ, sin necesidad de destornillar y trasladar la pesada obra, firmemente asegurada a su base.
Alfonso Cabrera, activista en redes, reconocido por la precisión de sus investigaciones y que, ante la envidia de no formar parte de los famosos medios que se dedican a estos temas, aseguró que, efectivamente, la Biblia había sido sustraída. Según él, «se movieron rápido» para rescatarla, y hay fuentes que incluso señalan el monto pagado para recuperarla.
La desaparición de las cadenas del pasamanos del mismo monumento, días antes, junto con la «desaparición» (que ahora dizque también fue para «mantenimiento») de las tarjas del Tanque de la Revolución, evidencia que el abandono de la seguridad de los íconos de la ciudad, que son parte de su identidad, ha tenido consecuencias nefastas.
La Alcaldía no ha podido presentar videos previos a la denuncia sobre la sustracción de la Biblia, y, acostumbrados a mentir, no lograron convencer a la población con sus «cuentos» de «donde dije dije, digo Diego». Menos aún cuando intentaron lapidar a uno de los denunciantes en un plan de victimización ridículo y miserable.
Sí, la Biblia había sido robada. Por suerte, fue recuperada para el bien de Santo Domingo Este. Este incidente debe servir como un llamado al Alcalde: por más que se empeñe en permitir el deterioro de los espacios creados por la anterior «gestión», la ciudadanía estará vigilante.