La preocupación por realizar una “alfabetización mediática” en las generaciones nativas digitales aumenta en EE UU, donde algunos estudios empiezan a mostrar la escasa capacidad de los alumnos de instituto y universidad de discernir la fiabilidad de la información en internet
Sería sorprendente decir que la generación postmillenial es, en su gran mayoría, analfabeta, dado que es la generación con mayor acceso a la información que ha existido en la historia. Desde la más temprana edad han tenido, en la punta de sus dedos, la posibilidad de enterarse de todo lo que está pasando en el mundo, a todas horas. Sin embargo, algunos expertos alertan sobre si los nativos digitales, lejos de estar mejor informados que las generaciones previas, no solo están menos sino también peor informados. Es decir, no saben muy bien qué pensar de todo lo que leen en la pantalla de su móvil. Qué es fiable, qué es falso, qué es publicidad o material interesado y qué es una noticia pura y dura. Qué están leyendo porque realmente tiene relevancia y qué leen como resultado del eco de sus propias preferencias, visitas y “me gusta” previos. Y esto les convierte analfabetos funcionales en potencia.
Un estudio de la Universidad de Stanford encendió las alarmas en 2016: los estudiantes de instituto y universidad de EE UU no solo no entendían bien la diferencia entre un anuncio y una noticia; también eran víctimas fáciles de los engaños más burdos en cuestión de noticias falsas, información interesada y rumorología en general. Tendían a dar más credibilidad al primer resultado en una búsqueda básica en Google que a los siguientes, desconocían la manera de restringir búsquedas a páginas educativas o científicas o de dilucidar quién está detrás de una página web de aspecto “serio y autorizado”. En resumen: a más información disponible, más probabilidades de que dicha información no sea fiable. Y más difícil desentrañar la que sí lo es de la que no.
El estudio, dirigido por el profesor de Educación Sam Wineburg y realizado con cuestionarios a casi 8.000 alumnos de educación secundaria y universitaria, plantea un nivel mínimo de razonamiento cívico (una mezcla de capacidad crítica y conocimiento de internet) para ser un ciudadano bien informado y con capacidad de decisión. Y los propios autores del estudio calificaron el panorama con que se encontraron de “bastante negro”. Una mayoría de los jóvenes que respondían el cuestionario mostraban un nivel muy bajo de discernimiento.
Y todo esto, en un contexto en el que la sofisticación de los que intentan contaminar es cada día mayor: desde páginas web de grupos de presión disfrazadas de información científica a contenido patrocinado disimulado como reportaje, pasando por las más burdas manipulaciones de fotografías (margaritas deformes que supuestamente crecen cerca de la central de Fukushima) o afirmaciones de datos en Twitter que vienen de fuentes interesadas y parecen oficiales. La mayor parte de los encuestados aceptaban estos ejemplos como información verídica sin plantearse de dónde procedían o cuánta evidencia aportaban.
La sensación engañosa de que los nativos digitales controlan el mundo de la tecnología oculta una realidad muy distinta: son hábiles en el manejo de las apps y de internet, saben hacer búsquedas más sofisticadas que las de sus mayores y tienen una destreza evidente a la hora de entender de un simple vistazo cómo manejarse en las redes sociales. Pero eso no quiere decir que sepan procesar lo que están viendo. “Solo porque puedo salir marcha atrás de mi garaje con un capuchino en la mano en mi coche no quiere decir que sepa cómo funciona el motor”, explica a EL PAÍS RETINA Sam Wineburg, el autor del estudio. “Una cosa es saber manejar algo y otra entender lo que hay detrás”.
Pero Wineburg no quiere que su estudio se interprete como un tirón de orejas a una generación perezosa o indocumentada. “No se puede poner la responsabilidad en los estudiantes. Nadie les ha enseñado a hacer esas distinciones. Los programas de estudios se han mantenido igual mientras hemos experimentado la mayor revolución en la forma de recibir y procesar información desde la época de Gutenberg. Y todavía muchos profesores pasan más tiempo protegiendo a sus alumnos de internet que incorporando internet a todas las asignaturas, enseñando a entenderlo y a utilizarlo bien”.
No ayuda que se trate de una generación que ha abandonado la lectura de la prensa tradicional o la búsqueda de la información en informativos de TV o radio en favor de las redes sociales. “Cuando yo era adolescente, la única manera que tenías de enterarte de lo que había pasado era leyendo un periódico o escuchando la radio o viendo la televisión. Y los anuncios estaban claramente diferenciados de la información. La situación es muy diferente hoy en día: hoy es necesario enseñar estas cosas, dar a los jóvenes las herramientas para poder discernir”, explica Dámaso Reyes, de News Literacy Project, la ONG que lleva diez años trayendo a las aulas educación sobre los medios de comunicación.
Cuando Reyes empezó a trabajar para ellos era una organización pequeña y poco conocida. Hoy, tras las elecciones de 2016 y el impacto que ha causado en la sociedad estadounidense descubrir la probable influencia de las noticias falsas en el resultado electoral, el News Literacy Project despierta mucho más interés, recibe muchas más donaciones y cuenta con el apoyo de los principales medios de comunicación estadounidenses, desde el New York Times a CNN (aunque se definen como “apartidistas”, FOX News no figura entre ellos). “De pronto todo el mundo empezó a darse cuenta de lo importante que era lo que hacíamos”, afirma Reyes, que es hoy responsable de alianzas de la organización.
Con este renovado ímpetu han puesto en marcha una ambiciosa plataforma de e-learning, Checkology, que vende a los distritos escolares y que imparte, en la forma de lecciones interactivas y multimedia, nociones básicas sobre la recepción, elaboración y emisión de noticias en internet. Parten de la base de que cualquier ciudadano que se enfrenta a la información en internet sin una preparación básica, que hoy día no se imparte en la educación pública, es un analfabeto funcional, alguien que puede entender lo que lee en el sentido literal, pero no sus implicaciones, orígenes o verdadera importancia. Su objetivo es facilitar la alfabetización mediática de las nuevas generaciones. Enseñarles a distinguir no solo entre una pieza opinativa o una informativa, sino también si una página web está ofreciendo información desinteresada o tiene detrás un grupo de presión. Dar herramientas para facilitar la digestión de una cantidad descomunal de información y categorizarla según su procedencia, credibilidad o relevancia.
Impacto directo
El estudio de Stanford ha tenido, al menos hasta hora, un impacto directo en California, donde se acaba de aprobar una ley para financiar programas de “alfabetización mediática”, aunque el propio Wineburg piensa que la ley es bastante mejorable. “Ahora mismo estamos en un momento de caos porque los cambios han sido tan rápidos y tan radicales, y nos hemos dado cuenta del problema muy tarde. Se necesita un esfuerzo coordinado, una especie de Proyecto Manhattan de la educación, y cientos de estudios, para analizar lo que funciona y lo que no”.
Reyes y sus colegas recorren el país reclutando periodistas que quieran apuntarse a una inmensa base de datos para ofrecer clases en persona o por videoconferencia en las aulas que hayan completado el programa de e-learning. Una tarde reciente en la sede de Bloomberg de Los Ángeles, Reyes explicaba a un grupo de profesionales los ejemplos más burdos y los más sofisticados que hay en las redes sociales de noticias falsas. Desde las afirmaciones con aspecto de hecho demostrado que algunas personalidades con muchos seguidores publican y resultan ser falsas (o se dicen en broma, pero muchos las toman al pie de la letra) a las fotos con tiburones nadando por las calles inundadas de Houston o Michelle Obama sosteniendo una pancarta que dice Los inmigrantes me han quitado el trabajo. Todas ellas virales. O, incluso, vídeos en los que el ex presidente Obama sale diciendo cosas que nunca dijo gracias a software de manipulación de vídeo que son casi profesionales. A estos vídeos se les llama Deep fakes. Y es de suponer que cada día se hagan más difíciles de detectar.
A medida que se van conociendo las ramificaciones de las noticias falsas en internet, surgen otras iniciativas como News literacy now, un grupo de presión que busca la creación de programas educativos que se ocupen de este asunto, o plataformas como Firstdraft que ayudan a los propios periodistas a discernir la fiabilidad de sus fuentes (especialmente en todos los casos de periodismo ciudadano o material generado por los usuarios que llega a las redacciones). Curiosamente, con respaldo económico de Google News o Facebook Journalism Project y Twitter. En España tenemos a Maldito Bulo (en RETINA hemos hablado con ellos) que se ocupa de desenmascarar las mentiras que circulan por las redes. Pequeños granitos de arena en la inmensa montaña de información generada diariamente.
Dámaso Reyes, de News Literacy Project, no desespera. Aunque algunas veces los estudiantes con que se reúne le siguen dejando alucinado, como cuando algunos citaban la película Selma como fuente histórica. Cree que proyectos como el suyo pueden valer, además, para recuperar de cara a los medios tradicionales el lustre perdido y, todavía más importante, convertir a algunos en lectores que valoren la información hasta el punto de volver a pagar por ella.
“Sí que notamos que después de hacer nuestros módulos de educación mediática los estudiantes se interesan más por los medios. Entienden que hay todo un equipo y unos estándares detrás de la selección de las noticias que hay en esa página, y entienden las ventajas de ser un lector activo de información. La prensa ha sido durante más de 100 años el único guardián de la información que llegaba a los ciudadanos”, argumenta Reyes. Ahora que el cuarto poder, cuya autoridad se daba por hecha, ha quedado tan severamente mermado, organizaciones como la suya necesitan plantear la asombrosa idea de que los medios de comunicación de toda la vida son, ¡oh sorpresa!, una buena fuente de información.